domingo, 27 de octubre de 2019

Toque de queda


Por: Fabián Pino Villagra

El silencio de la noche se interrumpe abruptamente por el sonido de tres disparos seguidos; hoy se decretó el primer toque de queda. Despego mi cabeza de la almohada y me acerco a la ventana. Mis ojos atentos observan por entre las cortinas, pero no logran divisar nada. Intento volver a dormir, pero entonces llega la angustia e inseguridad. En ese momento, donde el silencio vuelve a imperar incesantemente, recuerdo las palabras de mi madre. Palabras que por cierto ahora hacen más sentido que nunca.

Llegan a mi mente todas esas veces que me dijo “pero lo bueno es que eso ya pasó” o “qué bueno no tener que vivir eso nunca más” y realmente me estremezco. Entiendo el miedo y la desconfianza, pero sobre todo entiendo la rabia. Rabia a sentirse reprimido y violentado.

Esas memorias no deberían haber vuelto jamás. Aquellas experiencias deberían haber quedado lejos de quienes ya vivieron suficiente miedo hace 40 años. Qué difícil es ver como se retuerce el dedo sobre aquella herida que aún no sana. Qué difícil es sentir como los recuerdos y el terror vuelven a quienes lo vivieron.

Pasa la noche, y al día siguiente el panorama que muestra la televisión tiene un aire apocalíptico. Cansado de esa visión, decido salir a la calle y ver las cosas por mi cuenta. Un paradero lleno de gente da señales de que la “normalidad” está lejos de ser la tónica, las micros y autos brillan por su ausencia. Las caras ansiosas se tornan asustadas, cuando una turba bota un semáforo en medio de Avenida Pajaritos. El estruendo aleja a algunos, pero también crea una audiencia. Los teléfonos se asoman por sobre las cabezas, mientras el fuego de la barricada, aún en génesis, reúne más y más personas.

Los minutos pasan y los gritos y el estallido se hace evidente. La multitud junto al fuego grita sobre injusticias sociales, emplazando a diferentes rostros de la política nacional. La llama que emana del semáforo, un par de señaléticas y cajas de cartón se aviva de pronto, efecto de la bencina, y con ella los estruendos enérgicos crecen más. Desde algún lado se escucha un grito y los aplausos estallan nuevamente: “¡Piñera culiao!”.

Enseguida grito, grito fuerte, grito con la multitud y mi grito se pierde. Me sorprende no saber de dónde viene esta rabia que siento. Grito de nuevo y me siento liberado, jamás había sentido tal catarsis y justo en ese momento aparece una micro amarilla en medio de la calle, despertando la nostalgia de todos los presentes. Las barricadas se abren y, con una ovación unánime, la micro sacada como de otro tiempo pasa tocando su bocina, mientras una columna de humo sube al cielo.

martes, 6 de noviembre de 2018

Cazador cazado

Cuando el ocaso despoja las calles de toda luz
y solo se escucha el bramido de los buses por la Alameda,
una figura emerge desde quién sabe dónde.
Tiene ambas manos escondidas en los bolsillos,
una capucha y pasear decidido,
su mirada va atenta, planificando una cacería nocturna.

Consciente de su habilidad,
deambula confidente
y en las cuadras de toda su vida
establece su zona de caza.
No quiere arriesgar más de la cuenta:
Lo suyo no es diversión, es deporte.

Al ver una muchacha de paso nervioso
se encienden sus sensores;
no hay mejor llamado anzuelo para su presa 
que el eco que producen los tacones.
Ahora mira con atención cada esquina,
buscando algún animal que se tiente
con el suave perfume que acaricia el ambiente.

Se distancia de la joven, 
no busca asustarla ni dañarla,
tampoco está ahí para protegerla,
y cuando se presenta su primer candidato
se sonríe de oreja a oreja.

Usualmente, 
una mirada es suficiente,
con eso se le confiesan:
Es una confesión sin culpa,
llena de dominación.

Pasos más adelante,
en un zaguán empolvado
el animal salvaje asecha,
listo para lanzar su ataque:
“Guachita rica, ¡qué hace tan solita!”.
El grito resuena desde la oscuridad
ese grito es su zarpazo más feroz,
que corona con una rancia risa.

La mujer
ahora consternada 
apura el paso
y el acosador sonríe.

Cree que es cazador, pero realmente
es una presa fácil.

Quedan entonces
cara a cara
el acosador mirando la nada
buscando algún gesto de aprobación 
en la figura que lo contempla.

Solo está esa profunda punzada
llena de furia,
que deja a la presa totalmente al descubierto:
Sus entrañas vacías,
los gusanos que saltan del cráneo
y su mentalidad de hiena carroñera.

Esos dos ojos bajo la capucha
sostienen en el aire a su presa,
que ahora se retuerce patéticamente.
Luego de un rato, 
siguiendo las reglas de la caza deportiva,
el cazador la deja ir.

La humillación mueve el cuerpo
de la presa alicaída,
mientras la figura oscura,
puños apretados en los bolsillos,
se aleja silenciosa
se hace otra vez una con las sombras. -

sábado, 20 de octubre de 2018

Sin remedio

Salí hoy sin prisa ni maquillaje
por las calles heladas comencé a andar
fui dejando mi vendaje
tirado en cada esquina
empapado en la sangre de aquella vieja herida
que aún no cicatriza
que día a día me paso llevar.

La cara agria
desenmascarada y sin disfraces
los ojos cerrados
las ojeras marcadas
ignorando el paisaje
obligándome a tomar atajos desconocidos
para perderme en mis propias calles.

Voy con la cara larga
chicle estirado, entre la zapatilla y el pavimento
buscando algo nuevo
cien por ciento aventura
nada de cotidianidades.

No hay nada refrescante en este paseo
solo estoy yo
siempre lo he estado
preferiría que fuera de otra manera
para así poder avanzar.

El terror me hace languidecer
como una pistola en mi sien
estancado en una calle que creo conocer bien
después de media hora me declaro perdido
sin máscaras
sin protección alguna
yo y solo yo
escapando de lo cotidiano
la desesperación toma posesión de mi cuerpo
no creo ser capaz de seguir
y en un dos por tres
ya me encuentro nuevamente de vuelta a casa
por esas viejas calles, archiconocidas
y las manos sudorosas, apretadas en mis bolsillos.

domingo, 8 de octubre de 2017

Juan Paloma

Al comienzo estaba convencido de que el tipo ebrio de la plaza hablaba solo. Creo que incluso cometí el error de considerarlo loco un par de veces.

Pasando después, con mayor atención, pude notar que mi inferencia no solo era errónea, sino que además se alejaba totalmente de la realidad. Este sujeto, al que más tarde conocería como Juan Paloma, le hablaba justamente a estos pajaritos que abundan hoy en día en el centro de Santiago. Sus charlas suceden en un tono altamente violento. Juan Paloma habitualmente, de píe, mueve sus brazos con un ademan furioso, pidiendo explicaciones a las aves por algo que nunca pude determinar. Su barba amarilla da la sensación de estar empapada de una sustancia gaseosa que, con toda seguridad, es cerveza barata. Sus brazos se agitan y su corazón se acelera. Es como si se pusiera más furioso al ver que los sucios animales no responden frente a sus enigmáticas acusaciones.
Parece que vive dos calles más hacia el centro, en una vieja carpa ubicada a un costado de una antigua capilla de estilo gótico. Camina por la calle en completo silencio. Las moscas se posan en su pecho, pero a él parece no importarle. Sus ojos muertos miran hacia adelante, pero da la sensación de que yacen congelados, pegados a su sucia cara. Todo cambia cuando se encuentra cara a cara con las palomas. Su inquietante mirada estalla repentinamente. Una extraña furia se apodera de su cuerpo y lo hace quedarse hasta el anochecer discutiendo frente a los extraños movimientos de las colúmbidas, gritando y escupiendo palabras sin sentido.

Nunca lo he observado interactuar con otros desamparados que deambulan por el sector, siempre anda solo, y cuando no está en la plaza se le puede encontrar cerca de los locales de comida rápida, esperando que las personas satisfechas dejen alguna sobra en sus bandejas.
La primera vez que hablé con él fue de pura curiosidad; iba yo sin prisa caminando por la plaza cuando nuestras miradas se cruzaron accidentalmente por unos segundos. Seguido de eso, y como atraído por un fuerte imán, me acerqué a él con la intención de conversar.
- ¿Qué es lo que les grita a las palomas, si es que se puede saber? - pregunté, mientras me sacaba los audífonos y pausaba la música de mi celular.
Se demoró alrededor de cuatro segundos en volver a mirarme. Pareciera como si no me hubiese oído. Cuando estaba a punto de repetirle la pregunta se dio vuelta hacía mí y me respondió sin mirarme a los ojos.
- ¿Qué te importa chupapico culiao?


Puse mi cara seria y rápidamente me di la vuelta. Caminé con paso rápido hacía mi destino, mientras una perla de sudor se deslizaba tímida por mi sien. Entendí en cosa de segundos que, definitivamente, Juan Paloma estaba tramando algo con las palomas. Su oscura mirada guardaba grandes secretos.

miércoles, 2 de agosto de 2017

El pozo

Hace un tiempo ya
que me siento como abandonado
en el fondo de un hondo pozo
que está casi vacío
excepto por una atemorizante humedad
que recorre con ímpetu sus ladrillos y recovecos.

Luego de tantos intentos por salir he perdido la cuenta
he perdido mis uñas también
y el conocimiento de cómo luce el sol
pues tan solo he podido contemplar de lejos algunos de sus rayos
pero nunca más su totalidad golpeando mi cara.

Acá abajo mis latidos causan un terrorífico eco
que poco a poco se convierte en un triste ritmo
al cual ya me acostumbré
de hecho, a veces me hace bailar dormido.

La humedad causa pestilencia, moho y llanto
y la falta de luz
ha provocado que me sienta enajenado de mi propio ser
por lo que me distraigo fácilmente mirando las aves
que con dañina curiosidad
posan sus patas al borde de este triste pozo
y sin saber que colaboran con mi fría tristeza
defecan hacia su interior.

Pareciera que llevo años aquí
sin embargo, no me logro amigar con las abundantes cucarachas
portadoras de sueños que en otrora tuvieron importancia para mí
que están siempre a mi alrededor
pero que ahora solo yacen impávidos en los crujientes lomos de los negros bicharracos.

Quizás podría dar un salto y salir de acá
arrancar de este destino que se ha sellado con mis labios
abandonar la pestilencia de la depresión
mirar el sol una vez más
pero el miedo me posee cuando voy a intentarlo
si fallo será el final
y tendré que estar para siempre acá
sabiendo que jamás es imposible
prefiero no saberlo
y pudrirme lentamente
conformándome con solo mirar unos pocos rayos de sol.

viernes, 7 de julio de 2017

Militancia

Nuestras miradas chocaron e inmediatamente nos reconocimos. Sus ojos verdes me examinaron atentamente, de arriba abajo. Movidos por una gran curiosidad, los míos hicieron lo mismo, mientras el sentimiento de la vergüenza corrompía lentamente mi sentir. Al recordar su nombre llegó a mi mente aquel temido secreto, el cual mutó en un indeseado vinculo que luego de muchos años accidentalmente nos volvía a unir. En otra época nosotros habíamos cometido algo que, en la actualidad, nuestra conciencia catalogaría como inaceptable e indecoroso. Algo así como un verdadero golpe criminal a la moral. Mientras cursábamos tercero medio ambos habíamos militado en la Juventud UDI.

domingo, 4 de junio de 2017

Manojo difuso

Envuelto en esta furia matutina
me dispongo a alcanzar un par de estrellas
de un gran salto
o sumergiéndome en la inmensidad del cielo
no lo sé.

No comprendo los amplios misterios del firmamento
la verdad es que tampoco tengo ganas de hacerlo
me falta cabeza y tripas para ello
sin embargo tengo claro que quiero sostener en mis manos
un manojo de estrellas
palpar su infinites distante
dejar que su misterio llene de color mis ojos grises
que llene de sentido mi vaga existencia
la cual en cada paso que doy
siento que se va
más y más.

Quebrar el cielo
desde alguna esquina desolada de mi habitación
apretar los astros contra mi sufrido pecho
para ver si por fin puedo sentir algo
para ver si por fin puedo sentirme a gusto
conmigo mismo
para tener felicidad un momento.

Ganas no me faltan
pero fuerzas sí
para llegar allá arriba
y lograr ese cometido
que mientras más es meditado por mi tonta mente
se convierte más absurdo y peligroso.

Desesperadamente mis manos revuelven bolsillos
encuentran solo vómitos y arrepentimientos
pero ninguna solitaria estrella
ningún rastro de una de ellas
abundan suspiros
por cosas pasadas
y los planes del futuro duermen plácidamente
demasiado para mi gusto.

Acá sentado el cielo parece tan lejano
contrario a mis sueños
en dónde solo con estirar mi mano llego a sus confines
¡basta de soñar!
es hora de enfrentar que
lo quiera o no
las únicas estrellas que puedo alcanzar
son las que bajo tierra se encuentran.

viernes, 2 de junio de 2017

Antiguos vestigios

Dejar ir es parte de la tarea
de quienes se deciden a amar
es también un largo martirio
un recorrido solitario y desolado por las fauces de la oscuridad
en donde el alma toma un color escarlata y desgarrador
y finalmente retorna a su cuerpo.

Amar no es cosa fácil
dejar ir menos
se trata de abandonar nuestro malcriado egoísmo
y mirar hacia el lado de una manera real y concreta.

La vida continúa
y amarse a sí mismo
es más difícil de lo que uno piensa
más difícil inclusive que dejar de amar
pero es vital
sumamente necesario
una tortuosa comisión
pero comisión, al fin y al cabo.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Estos días (helados)

Créeme cuando te digo
que extrañaba los días así
¿extrañaba?
anhelaba los días así
en donde la transpiración y el calor estuvieran ausentes
y las miradas tibias presentes
extrañamente echaba de menos las manos entumecidas
las narices congeladas
chillonas de frío
y aquellos tímidos tiritones
producto de la inevitable frigidez corporal.

Navegando así
entre diferentes vientos me siento mucho más cómodo
me siento como en casa
mi corazón congelado se rebalsa de felicidad.

Mis manos entumecidas buscan inútilmente refugio en mis inhóspitos bolsillos
mi mirada perdida también busca uno
lo hace en una que otra banca del parque
un lugar tranquilo
donde no pueda ser molestado
para así poder disfrutar de este rico frío
dejar que se meta en mis huesos
que llegue profundo a mi alma
que se quede ahí por una fugaz eternidad
y que gobierne con sabiduría este pesado cuerpo
que tantos errores carga encima.

martes, 23 de mayo de 2017

La nariz muy helada

Llevo la nariz helada
las manos escondidas en bolsillos
donde solo abundan insípidas y maliciosas pelusas
y el trémulo vapor pegado a la cara
machacando una y otra vez mis ojos
juzgando y atacando.

Quizás es verdad aquello que dicen
no hago poesía
yo con cada verso de mi pasado
tan solo me dedico a elaborar estos textos de porquería.

Cruje la arena bajo mis pies
cruje el negro cielo sobre mi atormentada cabeza
cruje también
mi cuerpo entero
movido por aquellos ruidosos pensamientos salidos del más próximo cementerio de sueños.

Mi mirada se pierde
en la inmensa sabiduría de los árboles mojados del Parque Almagro
se pierde de igual manera
en cada hoja húmeda que se lanza
y que queda a merced de este crudo viento que no es de invierno.

Ya no queda tabaco
ni menos buenos pensamientos 
solo me queda esta nariz
endiabladamente helada 
las manos vacías y apretadas
y un lento caminar
el que sinceramente
no creo que sea capaz de llevarme a ningún lugar.