Las gotas de agua fría recorrían mis hombros y me hacían pensar que tal vez ya era hora de
pagar el agua caliente. Sería fácil de hacer, pero como no tengo el dinero
prefiero no intentarlo.
Salí rápidamente de la ducha y tome la toalla, desteñida y llena de
hilachas.
Miré el reloj que debería estar empapado si es que me hubiese duchado
con agua caliente, era un cuarto para las ocho y sentía un dolor que me partía
la cabeza en dos.
Saliendo del baño con solo los bóxers y la camisa de trabajo puesta me
fui a la cocina para hacerme el desayuno. El pan añejo no parecía para nada
apetitoso y la leche barata que estaba abierta desde la semana pasada expelía
un olor que no me parecía muy agradable. En mi cabeza sentía que los sesos se
me estaban reventando y más encima no tenía nada para comer.
Desesperado vi la hora, suspire al pensar y sacar conclusiones que me
aliviaron. Si me vestía de manera rápida tenía tiempo de sobra para ir a tomar
un buen desayuno a una de esas tiendas donde todo parece apetitoso. Corrí hacia
mi pieza, busque los jeans más nuevos que tenia y me los puse rápidamente,
vacilé un momento si es que era necesario ponerme un cinturón hasta que me
decidí por no usarlo. Me puse la corbata y los calcetines, luego los zapatos
que había olvidado lustrar.
Llaves listas.
Billetera con dinero lista.
Tarjeta para la locomoción colectiva lista.
Ojeras de muerto listas.
Sonrisa falsa lista.
Salí de mi apartamento lentamente, mirando con detalle el apolillado
dintel de mi puerta que me había prometido cambiar hacia unos meses atrás. Eche
llave a la puerta, di media vuelta en dirección a las escaleras para llegar
hasta la calle.
El conserje estaba dormido con un diario de la semana pasada, pase
inadvertido por su lado, cruce la puerta y salí a la selva de cemento.
Se me presentaban dos opciones completamente distintas. Tomar un taxi
o ir en bicicleta, finalmente me decidí por esperar un taxi.
Una vez arriba del típico Nissan V16 saque el celular para ver la
hora. Me quedaban cuarenta minutos para tomar desayuno y llegar a mi destino,
nada mal. Le pedí al taxista que me dejara en la esquina de bandera con estado,
una vez ahí le pague y rápidamente me baje. Camine hasta donde está el café más
barato y sabroso que conozco. Entre y me senté en la primera mesa que encontré.
La mesera deprimida que tiene que hacerse la simpática no demoro en
llegar, me miro, sonrió y sobre la mesa dejo la carta. La abrí con rapidez
buscando algo, un café con un sándwich de queso-jamón era lo que necesitaba, la
cerré y mi mirada inquieta busco a la señorita que me la había traído, para mi
mala suerte se demoro más de quince minutos en llegar.
-¿Qué va a querer?- su voz parecía venir desde el inframundo.
-Un café cargado con un sándwich de jamón-queso, por favor.
-¿Algo más?- me pregunto mientras retiraba la carta, sacándola como
con asco de entre mis dedos.
-Si tienes la solución a todos mis problemas quisiera saber el precio-
le digo, mientras desvía levemente su mirada.
Me miró con cara de que no entendía lo que decía y se retiro
rápidamente. Luego más allá se escucharon unos murmullos seguidos de unas risas
que seguramente eran la consecuencia de que ella se lo haya contado a sus
colegas.
El café con el pan no se tardo en llegar, lo engullí rápidamente, deje
el dinero sin propina encima de la mesa y me marché.
Camine un par de cuadras hasta llegar al edificio donde se encontraba
mi oficina, con un poco de miedo saque el celular para ver la hora. Ocho
veintitrés. No iba atrasado, iba a llegar a la hora. Algo andaba mal.
Empuje la mampara de vidrio entrando así al hall central del edificio
donde trabajo. Me acerque al mesón para marcar mi llegada, era sábado, la
posibilidad de que me pagaran horas extras era casi imposible, pero aun así me
gustaba el sonido que hacia la maquinita cuando ponía mi huella digital.
Seguido de eso marque el botón para llamar al ascensor.
4
3
2
1
Se abre y esta vacio, subo y lo cierro. Marco el piso seis, saco mis
audífonos y los inserto en mis orejas, para que la gente no sienta la necesidad
de tener que saludarme. Piso cinco y una señora entra con un celular y un bolso
negro, deja el bolso en el suelo y se pone a teclear rápida y
desenfrenadamente.
Piso seis.
Antes de bajar me miro en el espejo del ascensor, mi cara parece un
poco más repuesta, pero aun así se nota la falta de sueño y la ingesta de
drogas medicadas. Antes que las puertas automáticas del ascensor se cierren me
bajo y llego a los pasillos de las oficinas de la inmobiliaria en la cual se
supone que trabajo. Camino un par de pasos y me paro enfrente de la puerta,
toco tres veces y entro.
La sala estaba vacía y eran las ocho con cuarenta minutos.
Saque el celular para avisarle a Esteban que ya había llegado cuando me
doy cuenta que tengo un nuevo mensaje de texto.
Nuevo mensaje de texto.
De: Esteban.
Se cancela la reunión porque la
hija del gerente sufrió un terrible accidente, yo te aviso la próxima fecha.
Hora: 7:49.
Pesadillas… Benditas pesadillas.
De vuelta al ascensor, lo primero que veo es el bolso negro de la
señora que tecleaba desenfrenadamente, definitivamente los celulares perjudican
a la gente.
5
Me desato la corbata.
4
Me miro al espejo.
3
Me planteo la posibilidad de renunciar.
2
Me la niego rotundamente.
1
Amo la gravedad.
Como siempre el hall central vacio, ni un alma, solo yo, el estúpido
que mientras se bañaba recibió un mensaje de texto y no fue capaz de ver su
celular para leerlo y darse cuentan que no había reunión.
Definitivamente los celulares perjudican a la gente.
Me decidí por caminar hasta llegar hasta alguna plaza o lugar con
bancas para poder descansar y escuchar un poco de música. No me gusta
planificar mis viajes, ponerles destino, me gusta caminar hasta encontrar un
lugar agradable, conocer cada día nuevos sitios y disfrutar en ellos.
Es una mala costumbre que me dejo Lucia.
Cuando ella estaba viva solíamos salir y yo siempre preguntaba dónde
íbamos, ella me miraba y me decía que no sabía, entonces nos entregamos a una
especie de destino que decidía nuestra próxima parada.
Por lo mismo que cuando la violaron hasta matarla nos demoro una
semana y media encontrar su cuerpo.
A lo lejos divise una especie de plaza, no habían bancas así que me
dije que sería mejor recostarme. Llegue y me eche en el sucio y lleno de
colillas pasto, estaba tan mal cuidado
que parecía sintético.
Mis pestañas tenían las leves ganas de cerrarse y dejar descansar un
momento a mi ajetreada alma, podría ser quizás que el insomnio estuviera por
acabar, podría por fin reconciliar el sueño que hace más de un mes no ha
llegado a mí. Mis ojos se cierran y un chorro de ideas se desprende de mis
cerrados parpados.
Cuando siento una molesta vibración proveniente de mi bolsillo.
Nueva llamada entrante.
De: José.
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Definitivamente los celulares perjudican a la gente.
-¿Si?- digo sin abrir los ojos.
-¡Hola hermano mío!- dijo con una voz tan fuerte que tuve que retirar la oreja del auricular.
Me quede callado.
-¿Aló?- su voz extrañada me pareció un tanto divertida.
-Hola hombre, se escuchaba un poco mal- mentí.
-Bueno, podrías cambiar esa cochinada de celular pues –estaba como
molesto, le encantaba darme órdenes.
-¿Necesitas algo?, no creo que hayas llamado solo para criticarme-
quise que mi voz sonara impetuosa, pero no fue posible.
-Con la Marcia vamos a hacer una cena familiar- se detuvo un momento-
nos gustaría que vinieras. Seria mañana a las siete más o menos. ¿Te apetece la
idea?
Mi imaginación recorrió rápidamente mi refrigerador, además de un
resto de pan añejo y unas vienesas congeladas no había nada. En este momento
cena familiar para mí no significaba más que comida gratis.
-Por allá voy a estar- dije fingiendo entusiasmo- nos vemos adiós.
Corte bruscamente.
Entre el viaje de vuelta a mi departamento, hacerme un almuerzo
improvisado con las vienesas y un poco de mayonesa y leer unos libros me dieron
las cuatro de la tarde.
Cuatro de la tarde y nada que hacer.
Cuatro de la tarde y se colaba curioso un pequeño haz de luz por la
polvorienta cortina llena de ácaros, atravesaba la pieza y chocaba en la pared
azul.
Así se fue la tarde hasta llegar la noche.
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