martes, 26 de febrero de 2013

El hombre que murió de sueño [Capitulo 1]


Antes de despertar un escalofrió me recorrió por completo. Un salto exagerado separó mi sudada espalda de las sábanas. Una vez más… Pesadillas, malditas pesadillas.
Lentamente, arrastré mis piernas para finalmente quedar sentado en mi cama, con un leve impulso me levanté. Pequeños pasos hacia el refrigerador, cada uno es un sentimiento y pensamiento diferente, cuestionando todo lo que me ocurre.
La vieja puerta del refrigerador se abrió con un pequeño tirón. Miré buscando algo… leche, cervezas, pan añejo… mucho para comer y calmar el hambre, pero nada para volver a conciliar el sueño.
Lo peor del insomnio no es despertar en medio de la noche y no poder volver a dormir, sino que inventar cosas para regresar al trabajo. Lo peor del insomnio es que no te mata, solo alarga tu sufrimiento.
Pesadillas… Malditas pesadillas.
Miré el reloj sabiendo que me llevaré una decepción,  las tres con veinte minutos. No es tan malo, me miento, mientras camino a tientas por el pasillo oscuro hasta el living. Me senté en el sillón buscando el control remoto de la vieja tele, recuerdo de la casa  de mis padres. Presioné el botón que en tiempos antiguos era rojo, ahora ya desteñido es plomo y cuesta  hacerlo funcionar.  El molesto sonido indica que la caja se enciende.
Una familia muerta por una bomba.
Cambio de canal.
Una mujer con problemas  sexuales.
Cambio de canal.
¡Llama ya para ganar un auto cero kilómetros!
Apago la tele.
Es lógico que muestren solo basura en la televisión a esta hora, a nadie se le cruzaría por la mente levantarse a las tres de la mañana para verla.
 Volví a caminar rumbo a mi pieza, al entrar me fijo en una luz que está por encima de mi velador, seguramente la batería baja de mi celular, pensé, me acerco en todo caso para corroborarlo y me llevo la segunda decepción de la noche.

Nuevo mensaje de texto.
De: Esteban.
Mañana reunión administrativa a las ocho y media de la mañana, trata de llegar bien despierto.

Pesadillas… Malditas pesadillas.

Lo mejor del insomnio es que no te mata, alarga tu sufrimiento.
Tiré el celular con un poco de rabia y me compadecí de mí. Comprendí en ese momento que la noche se está convirtiendo en un verdadero infierno y debo recurrir a las pastillas  para dormir y recuperar energías para el otro día.
Me retiro de la pieza camino al baño, la puerta está trancada y tengo que hacer más fuerza de la habitual para poder entrar, prendo la luz y lo primero que veo es un rostro maltrecho, desfigurado, lánguido  con unas ojeras que parecen sacadas de una película de Zombis. Al fijarme bien me doy cuenta que solo es un reflejo, entonces me despreocupo y me relajo.
 Abrí el botiquín donde tengo  mis medicamentos, busco con premura, un relajante muscular y otras opciones que uso de vez en cuando para dormir.
Con dos de cada una son suficientes, me miento. Saco seis pastillas en total, voy a la cocina, tomo la vieja botella de ron, regalada hace dos años al empleado del mes. Saco un vaso y cuando me doy cuenta, ya  no es necesario. Tomo las pastillas y las pongo en la boca; rápidamente acerco la botella y las pequeñas grageas. Mi garganta se siente áspera  por el  licor. Me tomo la mitad de la botella y la retiro rápidamente. Un chorro cae  y empapó mi ropa de dormir.
Vuelvo a la cama, con alcohol en la sangre, con un sueño que ahora no se siente, pero en unas pocas horas más arrasará con todo lo que tengo en mi cabeza; lo mejor de todo, una reunión para la cual no estoy preparado y además la que definiría  mi futuro laboral.
Pongo la alarma a las siete y así  tener tiempo de bañarme y salir tranquilo. A eso de las cinco de la mañana me quedo dormido.
En mi sueño todo es perfecto e inmejorable.
Vivo en una casa confortable, con una pareja que sigue viva y poseo un trabajo estable.
Quizás no estoy soñando y de ser así todo lo vivido no sería más que una pesadilla.
La muerte de Lucia era una pesadilla.
La reunión sorpresa era una pesadilla.
La casa vieja con termitas, con las puertas trancadas y sucias era una pesadilla.
La soledad de mi vivir, el diario pesar de lo que no hice, lo que quedo por hacerse…
Pesadilla, no era más que una pesadilla.

Suena el despertador, siete de la mañana.
Malditas pesadillas, malditos sueños, maldita mente enferma que no me deja dormir.




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