Antes de despertar un escalofrió me recorrió por
completo. Un salto exagerado separó mi sudada espalda de las sábanas. Una vez
más… Pesadillas, malditas pesadillas.
Lentamente, arrastré mis piernas para finalmente
quedar sentado en mi cama, con un leve impulso me levanté. Pequeños pasos hacia
el refrigerador, cada uno es un sentimiento y pensamiento diferente,
cuestionando todo lo que me ocurre.
La vieja puerta del refrigerador se abrió con un
pequeño tirón. Miré buscando algo… leche, cervezas, pan añejo… mucho para comer
y calmar el hambre, pero nada para volver a conciliar el sueño.
Lo peor del insomnio no es despertar en medio de la
noche y no poder volver a dormir, sino que inventar cosas para regresar al
trabajo. Lo peor del insomnio es que no te mata, solo alarga tu sufrimiento.
Pesadillas… Malditas pesadillas.
Miré el reloj sabiendo que me llevaré una
decepción, las tres con veinte minutos.
No es tan malo, me miento, mientras camino a tientas por el pasillo oscuro
hasta el living. Me senté en el sillón buscando el control remoto de la vieja
tele, recuerdo de la casa de mis padres.
Presioné el botón que en tiempos antiguos era rojo, ahora ya desteñido es plomo
y cuesta hacerlo funcionar. El molesto sonido indica que la caja se enciende.
Una familia muerta por una bomba.
Cambio de canal.
Una mujer con problemas sexuales.
Cambio de canal.
¡Llama ya para ganar un auto cero kilómetros!
Apago la tele.
Es lógico que muestren solo basura en la televisión
a esta hora, a nadie se le cruzaría por la mente levantarse a las tres de la
mañana para verla.
Volví a
caminar rumbo a mi pieza, al entrar me fijo en una luz que está por encima de
mi velador, seguramente la batería baja de mi celular, pensé, me acerco en todo
caso para corroborarlo y me llevo la segunda decepción de la noche.
Nuevo
mensaje de texto.
De: Esteban.
Mañana
reunión administrativa a las ocho y media de la mañana, trata de llegar bien
despierto.
Pesadillas… Malditas pesadillas.
Lo mejor del insomnio es que no te mata, alarga tu
sufrimiento.
Tiré el celular con un poco de rabia y me compadecí
de mí. Comprendí en ese momento que la
noche se está convirtiendo en un verdadero infierno y debo recurrir a las
pastillas para dormir y recuperar
energías para el otro día.
Me retiro de la pieza camino al baño, la puerta
está trancada y tengo que hacer más fuerza de la habitual para poder entrar,
prendo la luz y lo primero que veo es un rostro maltrecho, desfigurado,
lánguido con unas ojeras que parecen
sacadas de una película de Zombis. Al fijarme bien me doy cuenta que solo es un
reflejo, entonces me despreocupo y me relajo.
Abrí el
botiquín donde tengo mis medicamentos,
busco con premura, un relajante muscular y otras opciones que uso de vez en
cuando para dormir.
Con dos de cada una son suficientes, me miento.
Saco seis pastillas en total, voy a la cocina, tomo la vieja botella de ron,
regalada hace dos años al empleado del mes. Saco un vaso y cuando me doy
cuenta, ya no es necesario. Tomo las
pastillas y las pongo en la boca; rápidamente acerco la botella y las pequeñas
grageas. Mi garganta se siente áspera
por el licor. Me tomo la mitad de
la botella y la retiro rápidamente. Un chorro cae y empapó mi ropa de dormir.
Vuelvo a la cama, con alcohol en la sangre, con un
sueño que ahora no se siente, pero en unas pocas horas más arrasará con todo lo
que tengo en mi cabeza; lo mejor de todo, una reunión para la cual no estoy preparado
y además la que definiría mi futuro
laboral.
Pongo la alarma a las siete y así tener tiempo de bañarme y salir tranquilo. A
eso de las cinco de la mañana me quedo dormido.
En mi sueño todo es perfecto e inmejorable.
Vivo en una casa confortable, con una pareja que
sigue viva y poseo un trabajo estable.
Quizás no estoy soñando y de ser así todo lo vivido
no sería más que una pesadilla.
La muerte de Lucia era una pesadilla.
La reunión sorpresa era una pesadilla.
La casa vieja con termitas, con las puertas
trancadas y sucias era una pesadilla.
La soledad de mi vivir, el diario pesar de lo que
no hice, lo que quedo por hacerse…
Pesadilla, no era más que una pesadilla.
Suena el despertador, siete de la mañana.
Malditas pesadillas, malditos sueños, maldita
mente enferma que no me deja dormir.
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