A orillas de una gran ciudad,
apestada de gente y bullicio, se encontraba un pequeño canódromo, que hace
décadas era el escenario de las mejores carreras caninas de todo el país. Por
dicho lugar habían pasado los mejores corredores en sus mejores momentos y por
lo mismo, el dueño estaba orgullosísimo del establecimiento y también feliz por
todas las ganancias que este le aportaba a su bolsillo.
A un lado del canódromo vivía una tranquila familia de conejos, integrada por Mamá Conejo, Papá Conejo (quien llegaba a casa muy tarde y muy cansado por todo el trabajo en la fábrica de zanahorias) y el pequeño conejo de la familia, Divolo. El único que quedaba de los 12 hijos iniciales que había dado a luz la Mamá conejo. Divolo era un fanático de las carreras caninas, sabía todos los horarios de estas, todos los nombres de los grandes corredores y además de esto era un excelente corredor entre sus pares mamíferos, cosa que a sus padres les disgustaba, por lo mismo Divolo tenía estrictamente prohibido correr en la casa o en presencia de sus padres.
En el canódromo los requisitos eran extremadamente exigentes y era muy difícil que un perro cualquiera entrara a las carreras. Bucky era el perro que siempre ganaba, era el que tenía más experiencia en el tema de las carreras y además el que más alardeaba, lo que muchas veces ponía de mal humor a sus compañeros Rión, Ick y Laky. Estos eran los principales oponentes de Bucky y los candidatos a ganarle su preciado primer puesto.
La carrera era simple, los perros se ponían en posición detrás de una línea blanca, había una caja que contenía un gato y este era soltado en la pista, era la carnada o la motivación para que los perros corrieran. El gato era sumamente rápido, más que cualquier perro, pero más de alguna vez a este lo habían logrado alcanzar, provocándole una cojera que perduraba hasta el día de hoy. El primer perro que daba una vuelta completa a la pista era el ganador, que siempre era Bucky.
A un lado del canódromo vivía una tranquila familia de conejos, integrada por Mamá Conejo, Papá Conejo (quien llegaba a casa muy tarde y muy cansado por todo el trabajo en la fábrica de zanahorias) y el pequeño conejo de la familia, Divolo. El único que quedaba de los 12 hijos iniciales que había dado a luz la Mamá conejo. Divolo era un fanático de las carreras caninas, sabía todos los horarios de estas, todos los nombres de los grandes corredores y además de esto era un excelente corredor entre sus pares mamíferos, cosa que a sus padres les disgustaba, por lo mismo Divolo tenía estrictamente prohibido correr en la casa o en presencia de sus padres.
En el canódromo los requisitos eran extremadamente exigentes y era muy difícil que un perro cualquiera entrara a las carreras. Bucky era el perro que siempre ganaba, era el que tenía más experiencia en el tema de las carreras y además el que más alardeaba, lo que muchas veces ponía de mal humor a sus compañeros Rión, Ick y Laky. Estos eran los principales oponentes de Bucky y los candidatos a ganarle su preciado primer puesto.
La carrera era simple, los perros se ponían en posición detrás de una línea blanca, había una caja que contenía un gato y este era soltado en la pista, era la carnada o la motivación para que los perros corrieran. El gato era sumamente rápido, más que cualquier perro, pero más de alguna vez a este lo habían logrado alcanzar, provocándole una cojera que perduraba hasta el día de hoy. El primer perro que daba una vuelta completa a la pista era el ganador, que siempre era Bucky.
Cierta tarde mientras Divolo
espiaba la penúltima carrera del campeonato pudo ver como Bucky ganaba el
primer lugar (cosa que en realidad no le sorprendía), Ick llegó segundo,
pasando así junto a Bucky a la gran final del campeonato anual. Luego de la
carrera Divolo estuvo a punto de marcharse, pero se quedó unos minutos más
porque vio que algo no estaba bien. Entre los arbustos pudo ver que, luego de
la celebración por su segundo lugar Ick se había puesto a llorar de una manera
desconsolada, nadie lo notaba, pero Divolo comía muchas zanahorias, por lo que
claramente pudo ver la angustia y el llanto de Ick. De repente este último dejó
de llorar y alzó la mirada, viendo inmediatamente un conejo espiarlo de entre
los arbustos.
-¿Quién anda ahí?- exclamó Ick, tratando de ocultar su pena.
Divolo se quedó petrificado viendo mientras el gran perro se acercaba hacia lo que él había creído como su escondite perfecto.
-Preguntaré por última vez- dijo con un vozarrón el perro- ¿Quién está espiando desde los arbustos?
El conejo ya estaba muy nervioso, tiritando y solo atino a decir unas frases sin sentido.
-Yo, soy yo, solo yo- dijo mientras trataba de mover sus patitas, pero le era imposible.
El perro Ick se acercó más, pasando por entre los arbustos, quedando así cara a cara con Divolo, quién ya se había dado por vencido y estaba convencido de que sería comido por el perro corredor.
-Ah, veo que solo eres un pequeño conejo- dijo con tono aliviado Ick- ¿No te han enseñado que no es bueno espiar pequeñin?
-Yo siempre vengo a ver las carreras- dijo Divolo, recuperando un poco la calma- me iba yendo cuando de repente te vi llorar, nadie más lo noto, pero yo como mucho zanahoria ¿sabes? y esta es buenísima para la vista- se interrumpió un momento y continuo- ¿Por qué lloras?- preguntó.
Las lagrimas comenzaron a salir nuevamente de los ojos azules de Ick, lo cual provoco un poco de culpa en el conejo.
-He ganado el segundo lugar y mañana es la gran final- se sonó con una mota de pasto y siguió hablando- y para mi mala suerte tengo una pata mala, no podré correr y perderé por ausentarme a la carrera- lloró fuertemente y siguió- pero no quiero hacer eso, quiero correr, pues quiero ganarle a Bucky y temo que si lo hago pueda ser la última carrera que corra en mi vida, pondría en peligro mi patita.
No dijo ni una palabra más, dio media vuelta con un cojeo que casi no se notaba y volvió en dirección al canódromo. Divolo se quedó consternado, pensando de que manera podría ayudarle a Ick, pero no se lo ocurrió nada, nada de nada, hasta que…
-¿Quién anda ahí?- exclamó Ick, tratando de ocultar su pena.
Divolo se quedó petrificado viendo mientras el gran perro se acercaba hacia lo que él había creído como su escondite perfecto.
-Preguntaré por última vez- dijo con un vozarrón el perro- ¿Quién está espiando desde los arbustos?
El conejo ya estaba muy nervioso, tiritando y solo atino a decir unas frases sin sentido.
-Yo, soy yo, solo yo- dijo mientras trataba de mover sus patitas, pero le era imposible.
El perro Ick se acercó más, pasando por entre los arbustos, quedando así cara a cara con Divolo, quién ya se había dado por vencido y estaba convencido de que sería comido por el perro corredor.
-Ah, veo que solo eres un pequeño conejo- dijo con tono aliviado Ick- ¿No te han enseñado que no es bueno espiar pequeñin?
-Yo siempre vengo a ver las carreras- dijo Divolo, recuperando un poco la calma- me iba yendo cuando de repente te vi llorar, nadie más lo noto, pero yo como mucho zanahoria ¿sabes? y esta es buenísima para la vista- se interrumpió un momento y continuo- ¿Por qué lloras?- preguntó.
Las lagrimas comenzaron a salir nuevamente de los ojos azules de Ick, lo cual provoco un poco de culpa en el conejo.
-He ganado el segundo lugar y mañana es la gran final- se sonó con una mota de pasto y siguió hablando- y para mi mala suerte tengo una pata mala, no podré correr y perderé por ausentarme a la carrera- lloró fuertemente y siguió- pero no quiero hacer eso, quiero correr, pues quiero ganarle a Bucky y temo que si lo hago pueda ser la última carrera que corra en mi vida, pondría en peligro mi patita.
No dijo ni una palabra más, dio media vuelta con un cojeo que casi no se notaba y volvió en dirección al canódromo. Divolo se quedó consternado, pensando de que manera podría ayudarle a Ick, pero no se lo ocurrió nada, nada de nada, hasta que…
-¡Espera!- dijo el conejo,
corriendo hacia Ick que estaba unos metros más alla.
Este dio vuelta su cabeza y se quedo esperando hasta que el conejo quedara frente a él.
- ¿Qué sucede pequeño?, no te he comido porque no me has dado razones para hacerlo, pero si me molestas me estarás dando una muy buena razón.
Divolo no puso atención a lo último que dijo, se aclaró la garganta y exclamó:
-¿Qué tan rápido crees que soy?- la pregunta sorprendió al perro, que guardó silencio- ¿Crees que eres más rápido que yo?
Ick ya estaba comenzando a creer que el pequeño animal quería ser comido, cuando entendió hacia donde dirigía su idea.
-Si estas pensando lo que yo creo lamento decirte que es imposible- hizo una pequeña pausa, como tomando inspiración- la competencia será entre los perros más rápidos del mundo.
-Ponme a prueba- exclamo Divolo, mientras estiraba sus patas.
-Esta bien amiguito, un poco de humor no me vendría mal a estas alturas- dijo Ick mirando hacia el canódromo que estaba vacío- ve hacia la pista y da una vuelta en menos de 10 segundos, si lo haces a lo mejor podría pensar en no comerte, si es que no me gana el apetito.
Divolo se dirigió hacia la pista, lo seguía el canino, quien aun se encontraba sorprendido por la pregunta del peludo animal.
Se puso en la marca y comenzó a correr, corría de una manera nunca antes vista por el perro y por nadie en ese canódromo, dio la vuelta sin ningún inconveniente en 5 segundos, si alguien hubiera estado ahí para verlo enseguida lo habría anotado en el libro de records del canódromo.
- Impresionante- dijo el perro, quien aun no lo podía creer- eres más rápido que cualquier animal que haya visto.
El conejo se acercó con una sonrisa en la cara y dijo:
-Mi plan es disfrazarme de perro para la gran carrera de mañana- miro a Ick y siguió- ustedes los perros corren con viseras en la cara y solo pueden mirar hacia adelante y el publico estará demasiado ciego para notar que hay un conejo disfrazado de perro corriendo. ¿Qué dices?- preguntó Divolo.
-¿Y que pasará cuando llegues del otro lado?- preguntó Ick que cada vez se convencía más de que el conejo estaba loco.
- Ahí estarás tú esperando- dijo el conejo- esperando con cara cansada, como si hubieras recorrido la carrera tu mismo.
La idea le comenzaba a gustar al perro, quien enérgicamente exclamó:
-Bien, hagámoslo, yo me conseguiré un disfraz de perro adecuado para ti, pero no me haré responsable por lo que te ocurra en la carrera pequeño, esta fue idea tuya, yo ya estaba resignado a perder esta carrera.
Así cada uno se alejó a su hogar, pensando en todos los detalles del gran día.
Ambos durmieron nerviosos, pero profundamente, con grandes ronquidos.
A la mañana siguiente se juntaron lejos del canódromo, donde Divolo se puso el disfraz e Ick le acomodo las orejas y la cola, parecía casi un perro real, solo sus dientes lo delataban, pero eso ni se notaria.
- Suerte- le dijo el perro emocionado- aun no sé por qué haces esto, es muy peligroso.
- Lo hago por ti- dijo Divolo- porque me gusta ayudar y dar un buen trato a mis amigos.
Ambos se abrazaron y luego siguieron sus caminos de acuerdo al plan.
Divolo llegó a la entrada y paso inadvertido, se puso en la línea de partida esperando la señal, estaba muy nervioso, porque algunos de los perros que estaban limpiando la pista lo miraron de una manera extraña. Cuando soltaron al gato que tenía que perseguir se quedo inmóvil medio
segundo, no podía creer lo que le hacían a ese pobre gato, sin duda también tenía que ayudarlo.
Partió corriendo y rápidamente alcanzó a su oponente, al ponerse lado a lado el perro el soltó un mordisco que le arrancó la cola y luego lo dejó atrás, dejó atrás con poco esfuerzo al magnífico Bucky y cruzo la meta, donde vio que lo esperaba su amigo Ick. No paró ahí, siguió corriendo hacia el gato y lo liberó del cordel que lo aprisionaba a la pista.
- No mereces que te hagan esto- exclamó Divolo- nadie lo merece.
- Oh muchas gracias- dijo asustado el gato- ahora podré volver a ver a mi familia.
Este dio vuelta su cabeza y se quedo esperando hasta que el conejo quedara frente a él.
- ¿Qué sucede pequeño?, no te he comido porque no me has dado razones para hacerlo, pero si me molestas me estarás dando una muy buena razón.
Divolo no puso atención a lo último que dijo, se aclaró la garganta y exclamó:
-¿Qué tan rápido crees que soy?- la pregunta sorprendió al perro, que guardó silencio- ¿Crees que eres más rápido que yo?
Ick ya estaba comenzando a creer que el pequeño animal quería ser comido, cuando entendió hacia donde dirigía su idea.
-Si estas pensando lo que yo creo lamento decirte que es imposible- hizo una pequeña pausa, como tomando inspiración- la competencia será entre los perros más rápidos del mundo.
-Ponme a prueba- exclamo Divolo, mientras estiraba sus patas.
-Esta bien amiguito, un poco de humor no me vendría mal a estas alturas- dijo Ick mirando hacia el canódromo que estaba vacío- ve hacia la pista y da una vuelta en menos de 10 segundos, si lo haces a lo mejor podría pensar en no comerte, si es que no me gana el apetito.
Divolo se dirigió hacia la pista, lo seguía el canino, quien aun se encontraba sorprendido por la pregunta del peludo animal.
Se puso en la marca y comenzó a correr, corría de una manera nunca antes vista por el perro y por nadie en ese canódromo, dio la vuelta sin ningún inconveniente en 5 segundos, si alguien hubiera estado ahí para verlo enseguida lo habría anotado en el libro de records del canódromo.
- Impresionante- dijo el perro, quien aun no lo podía creer- eres más rápido que cualquier animal que haya visto.
El conejo se acercó con una sonrisa en la cara y dijo:
-Mi plan es disfrazarme de perro para la gran carrera de mañana- miro a Ick y siguió- ustedes los perros corren con viseras en la cara y solo pueden mirar hacia adelante y el publico estará demasiado ciego para notar que hay un conejo disfrazado de perro corriendo. ¿Qué dices?- preguntó Divolo.
-¿Y que pasará cuando llegues del otro lado?- preguntó Ick que cada vez se convencía más de que el conejo estaba loco.
- Ahí estarás tú esperando- dijo el conejo- esperando con cara cansada, como si hubieras recorrido la carrera tu mismo.
La idea le comenzaba a gustar al perro, quien enérgicamente exclamó:
-Bien, hagámoslo, yo me conseguiré un disfraz de perro adecuado para ti, pero no me haré responsable por lo que te ocurra en la carrera pequeño, esta fue idea tuya, yo ya estaba resignado a perder esta carrera.
Así cada uno se alejó a su hogar, pensando en todos los detalles del gran día.
Ambos durmieron nerviosos, pero profundamente, con grandes ronquidos.
A la mañana siguiente se juntaron lejos del canódromo, donde Divolo se puso el disfraz e Ick le acomodo las orejas y la cola, parecía casi un perro real, solo sus dientes lo delataban, pero eso ni se notaria.
- Suerte- le dijo el perro emocionado- aun no sé por qué haces esto, es muy peligroso.
- Lo hago por ti- dijo Divolo- porque me gusta ayudar y dar un buen trato a mis amigos.
Ambos se abrazaron y luego siguieron sus caminos de acuerdo al plan.
Divolo llegó a la entrada y paso inadvertido, se puso en la línea de partida esperando la señal, estaba muy nervioso, porque algunos de los perros que estaban limpiando la pista lo miraron de una manera extraña. Cuando soltaron al gato que tenía que perseguir se quedo inmóvil medio
segundo, no podía creer lo que le hacían a ese pobre gato, sin duda también tenía que ayudarlo.
Partió corriendo y rápidamente alcanzó a su oponente, al ponerse lado a lado el perro el soltó un mordisco que le arrancó la cola y luego lo dejó atrás, dejó atrás con poco esfuerzo al magnífico Bucky y cruzo la meta, donde vio que lo esperaba su amigo Ick. No paró ahí, siguió corriendo hacia el gato y lo liberó del cordel que lo aprisionaba a la pista.
- No mereces que te hagan esto- exclamó Divolo- nadie lo merece.
- Oh muchas gracias- dijo asustado el gato- ahora podré volver a ver a mi familia.
Todos los perros quedaron
consternados cuando se dieron cuenta de que el que ganó la carrera había sido
un conejo. Le celebraron de igual manera, lo que no causo nada de celos a Ick,
solo sentía felicidad por su amigo que había podido cumplir su sueño de correr
en una de las más importantes pistas caninas del país.
Así fue como los perros
aprendieron el buen trato, dejando libre al pobre gato y ahora solo corriendo
por su cuenta, con su propia inspiración.
Ese fue el día en que un conejo
llamado Divolo les enseño a los canes una hermosa lección.
“Nadie es menos o más importante que yo, todos somos iguales y todos merecemos un buen trato”
“Nadie es menos o más importante que yo, todos somos iguales y todos merecemos un buen trato”
FIN
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