Once de la mañana y mis parpados
llenos de legañas se separan lentamente, miro el techo de mi departamento, aun
recuerdo cuando lo compré, era blanco, ahora lleno de manchas e impregnado con
el humo de los cigarros que fumaba Lucia cuando venia para acá. Dirigí mi
mirada hacia el piso y lo primero que observe fue el cadáver de la mosca que la
noche anterior, desesperada intentaba salir de mi cuarto, no lo había logrado y
por lo que yo pienso ahora estaba en el cielo de las moscas.
Me incorpore de un salto en la cama y quede de pie, tome mi celular y
tenía 4 llamadas perdidas. Luego me acerque con teléfono en mano a la ventana,
me costó abrirla porque estaba trancada, pero una vez abierta me prepare para
el lanzamiento.
Lo arroje con la mayor fuerza posible, para cerciorarme de que cayera
lejos y se hiciera trisas. Al otro lado de la calle pude ver en cámara lenta
como caía y se desarmaba, mientras estupefactos los peatones miraban hacia mi
ventana buscando al loco que había hecho tal acto.
Una atadura menos.
Desayuno improvisado y sin apuro, unos huevos revueltos con pan y una
taza de café helado, nada mal para una mañana de lunes, había que comenzar bien
la semana.
Tenía que empezar bien mi semana.
Me vestí y baje rápidamente las escaleras en dirección a la bodega,
una vez dentro de esta tome una botella de gasolina que tenía guardada desde
hace mucho tiempo.
En el envase decía con letras rojas y grandes:
¡Cuidado!
Altamente
inflamable.
Perfecto.
De vuelta a mi departamento, agarre una mochila y eche un par de
poleras, unos bóxers y unos calcetines. También unos libros de Benedetti, mi
mp3, una navaja que hace más de 12 años me había regalado mi abuelo y la
infaltable botella de ron.
Lentamente y con mucha cautela empecé a rociar con combustible lo que
era mi departamento, o sea aun no era mío, prácticamente me quedaban dos años
para recién terminar de pagarlo, pero aun así le había agarrado un especie de
extraño cariño.
Un cariño que era imprescindible eliminar, o mejor dicho quemar.
Me demore más o menos quince minutos en dejar todo el lugar empapado
en gasolina, el baño, la cocina y por ultimo mi pieza. Tenía más que claro que
lo que estaba por hacer tendría terribles consecuencias, pero algo en mi
interior me ordenaba hacerlo. Era como si necesitara deshacerme de las
cicatrices de mi pasado para empezar mi nueva vida.
Me posicione bajo el dintel de mi puerta, mire lo que en algunos
minutos serian solo cenizas y una pequeña pero agradable sonrisa se dibujo en
mi rostro. Saque un fosforo y coquetamente lo hice rozar contra la superficie
de la caja, lo que produjo una chispa seguido de la fogosa llama.
Cerré los ojos y lentamente deje caer en medio del living el fosforo,
rápidamente cerré la puerta y di media vuelta hacia las escaleras. Sentí el
sonido del fuego devorar todo el departamento, sentí también el calor
proveniente de la puerta que había cerrado, sentí todos mis sentimientos y
vivencias quemarse y así convertirse en cenizas que luego el viento se
encargaría de llevarse lejos, muy lejos, para así no molestarme más.
Una atadura menos.
Apurado baje las escaleras, al llegar al primer piso era imposible
pensar que pronto todo el departamento estaría consumido completamente por las
feroces llamas. Me acerque al mesón del conserje y con un pequeño golpe en este
obtuve rápidamente su atención.
-Tome las llaves de mi departamento- saque las llaves de mi bolsillo y
las deje sobre la mesa- haga lo que quiera con él, arriéndelo, véndalo o úselo
para vivir, yo ya no lo quiero. Sin esperar respuesta salí de ahí en dirección
a la calle, di media vuelta y dirigí mi mirada hacia la ventana que solía ser
mía, para ver como una tímida línea de humo se escapaba por ella.
No me lo había planteado, pero sabía muy claramente cuál era la
próxima atadura que tenía que deshacer.
Me alejé rápidamente del lugar, preferí no volver a mirar atrás, pero
por la gente amontonada en la acera supuse que ya era evidente la presencia de
fuego en el edificio.
No me sentía arrepentido, es más me sentía alivianado, como no me
sentía hace mucho tiempo.
Abrí mi billetera para revisar cuánto dinero en efectivo tenia a mi
disposición. Siete mil pesos, me bastaba y me sobraba para tomar un taxi hacia
mi próximo destino.
Camine hasta la Alameda y me pare en una esquina esperando a que
pasara un colectivo, divise uno a lo lejos, con vidrios polarizados y lo hice
parar. Al subirme pude percatarme del fuerte olor a alcohol que había en el
vehículo, preocupado abrí mi mochila para revisar si es que había sido mi
botella de ron la que se pudo haber roto y haber producido ese terrible olor.
Fue entonces cuando note que el olor venia del chofer que a la una de
la tarde trabajaba recogiendo pasajeros en estado de ebriedad.
-¿Hacia dónde se dirige?- el fuerte hedor de su aliento azoto mi cara,
para luego ir a parar directo a mis pulmones, lo cual produjo en mi un rechazo
absoluto.
-Voy a el barrio Bellavista, más allá le indico mejor las calles que
tomaremos- traspase la navaja de mi mochila a mi bolsillo.
Lo que siguió del viaje fue bastante tranquilo, el conductor tenia
puesta la radio y sonaba Arjona a un volumen moderado. Ya me había acostumbrado
al olor del licor cuando el tipo saco un cigarro extraño y con un encendedor de
esos caros lo prendió y comenzó a fumar.
-¿Podría por favor apagar el cigarro?- esto no tenia buena pinta pensé.
El conductor ignoro mi pregunta y subió el volumen de la radio.
Ahora sonaban Los Bunkers.
Voy caminando sin saber,
nada de ti,
ni siquiera el agua que rodea
mis pies,
puedo sentir…
-¡Señor, le estoy hablando!- le dije casi gritando, pero él seguía
ignorándome.
…tengo tantas cosas que decir,
que no puedo recordar,
pienso que es muy tarde para mi,
pienso que es momento de
olvidarme ya de ti…
Lentamente metí mi mano en el bolsillo sacando silenciosamente la
navaja, la abrí de esta misma manera y la posicione justo detrás del asiento
del conductor. Le toque el hombro con mi mano desocupada fuertemente para
llamar su atención.
-¿Me escucho señor?- me extrañaba que el hombre siguiera ignorándome.
Se volteo lentamente y me quedo mirando mientras esperábamos la luz
verde. De su boca salió humo, mezclado con olor a alcohol que choco con mi cara
y mis ojos.
…llueve sobre la ciudad,
porque te fuiste
ya no queda nada más…
Me eche rápidamente para atrás, me lloraron los ojos debido al humo
que me arrojo el tipo.
Subí rápidamente la navaja y la posicione delante de su cuello, haciendo
un poco de presión pero preocupándome de no hacerle ninguna herida.
Cuando se dio cuenta viro rápidamente a la derecha, pasando así encima
de la vereda.
…llueve sobre la ciudad y
te perdiste junto a mi
felicidad…
Paso por en medio de una plaza, atropellando peatones y rompiendo
señales de tránsito, los gritos de la gente asustada se sintieron enseguida. Me
afirme como pude, por supuesto sin retirar la navaja de su cuello y luchando
contra los malditos movimientos del coche.
Cuando de repente pasamos sobre un bulto y el auto salto.
Fue entonces cuando sentí la caliente sangre caer por mis dedos,
recorriendo mi brazo hasta llegar mi codo.
Fue entonces cuando me di cuenta que nadie conducía el automóvil.
…tengo tantas cosas que decir,
que no puedo recordar…
Un firme árbol ubicado en medio de la plaza detuvo el bólido que nadie
conducía, la gente curiosa y morbosa se
acerco para ver quién era el responsable de más de tres personas atropelladas.
Retire la navaja del cortado cuello del chofer que aun respiraba, miré mi brazo
y estaba entero ensangrentado, limpie la navaja con mi pantalón y la guarde
inmediatamente en mi mochila.
Me bajé del auto por la puerta que estaba a mi derecha, la cerré con
particular fuerza y ahí estaba frente a mí, toda la gente ofreciendo ayuda,
pensando que quizás yo era la victima del terrible accidente.
Se
equivocaban, pues yo era el responsable.
Camine un par de pasos hasta la puerta del conductor y tire de la
palanca para abrirla lentamente.
Una vez abierta el cuerpo rígido del borracho cayó inmediatamente a
mis pies, quedando así al descubierto el inmenso tajo que sin querer yo le
había hecho. Entonces la gente miro mi brazo cubierto de sangre y el corte del
chofer. Una especie de mecanismo causa-consecuencia funciono en sus cabezas y
me miraron con una cara extraña, su mirada me decía:
Asesino.
Y tenían razón, al fin y al cabo eso es lo que era.
Matar a un hombre en eso me convertía.
Hice a un lado lo que pensé que era el cadáver mientras la gente me
preguntaba qué es lo que yo había hecho. Me subí y cerré fuertemente la puerta,
eche a andar el motor y di marcha atrás, sin preocuparme si quiera de mirar el
retrovisor. Volví a la calle, pase a primera y seguí hacia mi destino.
Y seguí hasta la casa de una persona en particular, que según yo era
mi próxima atadura por deshacer.
Y seguí hacia casa de Lucia.
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