domingo, 17 de marzo de 2013

El hombre que murió de sueño [Capitulo 3]


Once de la noche y un par de minutos.
Yo debería estar durmiendo, descansando…
Pero aquí estoy, cuestionándome lo incuestionable, una especie de imán de polos opuestos separa mis parpados e impide que se cierren. Mi mente, mi estúpida mente enferma que aun siendo de noche sigue trabajando y elaborando distintos pensamientos que a estas horas distan de ser productivos.
Me incorpore de un salto en la cama, quede sentado y mirando la cortina que hace unas horas atrás estaba atravesada por un tenue luz. Ahora todo era oscuridad, todo era soledad, todo era insomnio.
Es difícil definir el insomnio en sí. No es la falta de sueño, tampoco es la presencia de molestos pensamientos nocturnos. Insomnio es tener una vida tan vacía, que cuando llega la noche no estás cansado, entonces no necesitas dormir.
Con Lucia no tenía problemas para dormir, cuando ella estaba viva, claro.
Hace unos dos meses más o menos no necesitaba pastillas para dormir, porque la tenía a ella, no necesitaba anti-depresivos, porque tenía sus besos, no necesitaba llorar, su mirada me calmaba.

¿Qué cómo murió?
A eso de las once de la noche recibo una llamada de su padre, atontado respondo el teléfono y espero que el hable primero.
-¿Aló?- su voz parecía preocupada y desconfiada, como siempre.
-¿Si, necesita algo?- pregunté.
-La Lucia- su voz estaba más agitada que de costumbre- ¿está ahí contigo?
Me estremecí levemente. Es que uno se da cuenta cuando va a quedar la grande o algo anda mal.
-A la Lucia no la veo desde ayer- me  pause un poco para recordar si es que sabía algo de su paradero.
Solo escuche un suspiro y el teléfono se corto.
Yo sabía que él no estaba molestando como solía hacerlo siempre, sacándome en cara que mi trabajo era mediocre o que según él la Lucia se iba a perder conmigo.
Entonces llego a la conclusión que mi insomnio es debido a ella.
Pero no quiero echarle la culpa, es una muerta, no tiene importancia.
Doce de la noche con cinco minutos.
Yo debería estar durmiendo, descansando…
¿Pero descansando de qué?
¿De un día totalmente perdido?
¿De pensamientos nocturnos poco productivos?

La noche paso de ser señal de descanso a ser un espacio para que las auto-flagelaciones se apoderaran sin piedad de mi endeble cuerpo acostado entre sabanas, devoran mi mente cansada que solo aclama un poco de sueño.

Pasemos a cuando estaba llegando a la casa de mi hermano.
Era fácil advertir que era su casa. El hijo menor. Triunfante de la vida, con un auto nuevo cada año, una casa de dos pisos ubicada en La Reina, una familia compuesta por una hija y una esposa ingeniera.
Para el todo es tan perfecto que me da repugnancia y porque no un poco de mareo.
Me pare en frente del portón, tenía un leve estilo a vintage, busque inquieto el timbre, lo presione más o menos dos veces para cerciorarme de que se haya escuchado.
Se sintió un leve ajetreo dentro de la casa, una cara se asomaba por la cortina, buscando a responsable de haber hecho sonar el timbre.
De par en par se abrió la puerta y salió mi hermano con una cosa que al principio parecía un ratón, al cabo de un rato me di cuenta que era un chiguagua. Se acerco, abrió la puerta y amablemente me invito a pasar.
-¿Dónde dejaste el auto?- me pregunto mientras miraba hacia la calle buscándolo.
No respondí, sabía que me estaba molestando, como siempre lo hacía.
El perro me empezó a oler y después de eso no me molesto más, pase y un extraño olor a incienso inundó mis pulmones, al principio sentí un poco de rechazo, pero luego de un rato me acostumbre.
Casi corriendo de la cocina, con un delantal que aun tenia la etiqueta puesta sale lo que supongo que sería la esposa de mi hermano. Con unas curvas despampanantes y una nariz que no recuerdo que fuera así la última vez que la vi, resultado de más de una cirugía plástica. Se acerco como inspeccionándome, pensando que porque tenía puesta una polera tan desteñida o quizás cuestionándose que no fuera un vagabundo y no el hermano de su marido.
-Qué bueno que hayas venido, pasa, estás en tu casa- trató de esconder el sarcasmo detrás de una falsa sonrisa, pero como es lógico no le funciono.
Yo sin siquiera mirarle los ojos me adentre más aun dentro de esa casa, hasta llegar a una mesa muy adornada.
-¿Dónde dejó el auto?- le pregunto Marcela a mi hermano.
Sentí el gesto de hacer silencio.
Me invitaron a tomar asiento, así que eso hice, luego de un rato de desagradable conversación llamaron a su hija para que bajara a cenar con nosotros.
Fernanda tenía 15 años y parecía de 21, llena de maquillaje, lápiz labial en exceso, sostenes con relleno y ropas que según mi opinión ni si quiera una prostituta usaría.
Me quedo mirando, inspeccionándome, preguntándose porque no estaba en el súper-mercado envolviendo mercadería.
-¿Y qué tal va el trabajo?- pregunta Marcela mientras me sirve un plato con guiso de zapallo italiano.
Estaba por responder cuando veo que la pregunta no era para mí.
-Bien, hoy despedí a cinco empleados de informática- su voz parecía orgullosa- estaban pidiendo a gritos que los echaran así que yo solo les di en el gusto- un trozo de guiso salto de su boca y dio a parar de nuevo al plato.
Fernanda mira con asco el plato de comida.

Trague rápidamente para aprovechar el silencio.
-Allá en la inmobiliaria las cosas están re complicadas también- me pausé para seguir- el otro día me llamaron para…
Interrupción.
-Fernanda no has tocado tu guiso- Marcela parecía tener voz de mamá enojada- empieza a comer, no vas a hacer show ahora. ¿O sí?
Completo silencio, espere que alguien me preguntara o me invitara a seguir hablando, pero nada.
Fernanda fue sacando pedazos de zapallo italiano y dejándolos en un pedazo de servilleta sin que nadie se diera cuenta.
-¿Y has conseguido polola nueva?- pregunto Marcela mientras servía bebida.
-No, no está dentro de mis planes aun- respondí secamente.
Fernanda saco el celular y se puso a teclear como enferma mental.
-No me gustaba la anterior. ¿Lucia?, no me acuerdo muy bien como se llamaba, pero nunca tuvo buena pinta para mí.
Fernanda se paro y volvió con un control remoto, seguido de eso prendió la tele.
Silencio, es que no sabía que responder.
El perro chiguagua se orino en el sillón, pero como todos miraban la televisión nadie se percato de aquello.

Así paso casi una hora de incomodidades en una familia que por fuera parecía perfecta, pero cuando uno la veía de adentro de daba cuenta que estaba desarmándose lenta y dolorosamente.
Con una hija que tenia mas futuro de prostituta que de cualquier otra cosa.
Un perro que parecía ratón.
Una mujer tapada en cirugías.
Y por ultimo un hombre que lo tenía todo, pero a la vez no tenía nada.
Me despedí de ellos educadamente y me fui a eso de las nueve con veinte minutos, con el pretexto de que hoy por ser domingo cerraban el metro una hora más temprano.

Estación Baquedano y cambio de gente en el metro.
Apelotonada la gente salía del vagón para así dar paso a nuevos pasajeros.
De entre los pasajeros me pareció ver un pelo de mujer que era conocido, mi mirada curiosa se dirigió a ella con un bolso color crema, esta se dio vuelta y nuestras miradas se cruzaron sin que ella lo percatara.
Del mundo de los muertos, del maldito infierno venia para atormentarme.
No le bastaba con estar muerta.

Era Lucia que resucitaba en la estación Baquedano.



No hay comentarios:

Publicar un comentario