Jugó a la botellita
conmigo y me hizo darle un beso. No sería justo culpar al azar por tal horrible
experiencia, ni menos al objeto inerte que ni si quiera tuvo la posibilidad de
elegir mi destino. La culpa recae en él, que con ímpetu y rabia rompió la
botella en el suelo, convirtiéndola en una afilada arma blanca y posterior a
ello la acercó a mi perfumado cuello y con gritos amenazó con cortarme si es
que no hacía lo que me pedía. La botella y yo fuimos víctimas de su borracha violencia
y de su deforme y grotesca virilidad.
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