Cuando el Charlie se
mantuvo patas para arriba, pegado a la reja y bien quieto por harto
rato a nadie le preocupó. Ya era bien sabido que le encantaba hacer
gracias para llamar la atención, desde morder las bastas de los
pantalones, hasta bajar al metro para puro hacer rabiar a los
guardias. Se podría decir que era un perro feliz, despreocupado y
sobre todo generoso. Lo último no es debatible, ya que en más de
una ocasión se le vio compartiendo alimento y capeando el frío con
los conocidos indigentes de la zona cercana al metro Pajaritos. Le
gustaba jugar con las mariposas y perseguir a los autos, y a cada
peatón que veía le dirigía una mirada amigable y llena de
compasión. Muchos habían intentado sacarlo del ambiente de la
calle, la señora Juanita -que atendía el puesto de completos al
lado de donde dormía el Charlie- había sido testigo de múltiples
intentos de sacar al perrito de la calle. Ya sea para bien o para mal
todos habían fallado, definitivamente el Charlie no podía vivir sin
la emoción de perseguir autos o de caminar al lado de alguien por
cuadras y cuadras acompañándolo a casa, haciendo compañía y dando
seguridad muchas veces a altas horas de la noche.
Sin embargo aquella bondad
que rebosaba dentro del animalito no fue suficiente para detener al
frío, que lenta y dolorosamente fue devorando sus órganos y
extremidades hasta congelarlo y matarlo de una manera sumamente
dolorosa e injusta. Todos conocían lo loco que era el Charlie, todos
pensaron “no debe ser la primera vez que este perro loco se duerme
pegado a la reja y patas para arriba”, pero lo que el perrito hacía
no era ninguna gracia, por el contrario, era una maniobra, la última
que lograría hacer, para levantarse y entrar en calor, para evadir a
la muerte un rato más, para poder una vez más seguir a algún
extraño a su casa y hacerlo sentir seguro, o bajar al calor que le
brindaba el metro para huir del frío un rato, hasta que el guardia
furioso lo corriera de ahí.
Pasaron casi 13 horas
hasta que alguien pensara que quizás no era una broma, que quizás
el pobre perrito estaba sufriendo y claro, ¡vamos a ayudarlo, seamos
buenos samaritanos con el pobre animalito!, pero para cuando lo
fueron a ver ya era muy tarde. Llevaba muerto un buen rato ya, y el
frío lo había cubierto de escarcha, adjudicándose su muerte de una
manera cruel y bastante natural, por que no hay nada más natural que
la muerte.
Le prendieron una velita,
y lo enterraron donde le gustaba ir a echarse y llenarse de pulgas.
Todos sintieron culpa y rabia a la vez, pero ya era demasiado tarde
para preocuparse por un animal tan juguetón y simpático.
El Charlie ya no se ve por
las calles, obvio está muerto y enterrado, pero hay algunos
indigentes -amigos de él- con la sanidad mental un poco dañada, que
aún lo esperan. Piensan que es una de sus bromas y que cualquier
mañana aparecerá agitando la cola y con su respiración hedionda a
comida que le da la gente generosa. Se emocionan cuando creen ver su
cola asomada en alguna esquina o tras un poste, corren a buscarlo y
cuando se dan cuenta que no está algo de ellos muere, y lloran,
porque ya no estará ahí para acompañarlos en las frías noches de
invierno, nunca más.
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