sábado, 9 de julio de 2016

Patas pa arriba

Cuando el Charlie se mantuvo patas para arriba, pegado a la reja y bien quieto por harto rato a nadie le preocupó. Ya era bien sabido que le encantaba hacer gracias para llamar la atención, desde morder las bastas de los pantalones, hasta bajar al metro para puro hacer rabiar a los guardias. Se podría decir que era un perro feliz, despreocupado y sobre todo generoso. Lo último no es debatible, ya que en más de una ocasión se le vio compartiendo alimento y capeando el frío con los conocidos indigentes de la zona cercana al metro Pajaritos. Le gustaba jugar con las mariposas y perseguir a los autos, y a cada peatón que veía le dirigía una mirada amigable y llena de compasión. Muchos habían intentado sacarlo del ambiente de la calle, la señora Juanita -que atendía el puesto de completos al lado de donde dormía el Charlie- había sido testigo de múltiples intentos de sacar al perrito de la calle. Ya sea para bien o para mal todos habían fallado, definitivamente el Charlie no podía vivir sin la emoción de perseguir autos o de caminar al lado de alguien por cuadras y cuadras acompañándolo a casa, haciendo compañía y dando seguridad muchas veces a altas horas de la noche.
Sin embargo aquella bondad que rebosaba dentro del animalito no fue suficiente para detener al frío, que lenta y dolorosamente fue devorando sus órganos y extremidades hasta congelarlo y matarlo de una manera sumamente dolorosa e injusta. Todos conocían lo loco que era el Charlie, todos pensaron “no debe ser la primera vez que este perro loco se duerme pegado a la reja y patas para arriba”, pero lo que el perrito hacía no era ninguna gracia, por el contrario, era una maniobra, la última que lograría hacer, para levantarse y entrar en calor, para evadir a la muerte un rato más, para poder una vez más seguir a algún extraño a su casa y hacerlo sentir seguro, o bajar al calor que le brindaba el metro para huir del frío un rato, hasta que el guardia furioso lo corriera de ahí.
Pasaron casi 13 horas hasta que alguien pensara que quizás no era una broma, que quizás el pobre perrito estaba sufriendo y claro, ¡vamos a ayudarlo, seamos buenos samaritanos con el pobre animalito!, pero para cuando lo fueron a ver ya era muy tarde. Llevaba muerto un buen rato ya, y el frío lo había cubierto de escarcha, adjudicándose su muerte de una manera cruel y bastante natural, por que no hay nada más natural que la muerte.
Le prendieron una velita, y lo enterraron donde le gustaba ir a echarse y llenarse de pulgas. Todos sintieron culpa y rabia a la vez, pero ya era demasiado tarde para preocuparse por un animal tan juguetón y simpático.

El Charlie ya no se ve por las calles, obvio está muerto y enterrado, pero hay algunos indigentes -amigos de él- con la sanidad mental un poco dañada, que aún lo esperan. Piensan que es una de sus bromas y que cualquier mañana aparecerá agitando la cola y con su respiración hedionda a comida que le da la gente generosa. Se emocionan cuando creen ver su cola asomada en alguna esquina o tras un poste, corren a buscarlo y cuando se dan cuenta que no está algo de ellos muere, y lloran, porque ya no estará ahí para acompañarlos en las frías noches de invierno, nunca más.


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