domingo, 22 de noviembre de 2015

Santiago limpio

Cada vez que a Pedro le preguntaban sobre las cosas más tristes y extrañas que había visto en sus turnos de basurero por las noches en Santiago, el corazón se le hacía un nudo, y lentamente comenzaba a narrar sus anécdotas. Perros muertos, fetos en estado de descomposición y un montón de atrocidades figuraban en la lista de hechos que le ponían la piel de gallina, pero que no lo hacían llorar al recordarlos. En el fondo de su corazón estaba guardado el secreto sobre lo único que lo había hecho llorar; una carta a medio terminar, de un hombre que le confesaba a su mujer que él había sido el responsable por la muerte de su hijo, que el choque no fue un accidente, el alcohol en su cuerpo le había hecho perder el control del vehículo y provocó el accidente que mató a Miguel a sus seis años.

Al leerlo por primera vez Pedro había sentido un escalofrío recorriendo su espalda, pero nada más. El llanto y la pena llegaron al día siguiente, cuando recordó que la carta estaba a medio hacer, y que quizás ese hombre jamás le había contado la verdad a su pobre mujer, que viviría en una mentira y arrepentido por el resto de sus días.


Al día de hoy Pedro aún conserva la carta. La lee cada cierto tiempo y siempre termina llorando y lamentándose en silencio.


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