Todos los días
en perfecto silencio recorro mi vereda.
Sagradamente la recorro y
como una oración de día a día
la manoseo y ultrajo.
Mi vereda es mi verdad
lo que yo mejor conozco
es mi razón
mi comodidad
y sin que yo lo quiera se convierte en mi destino.
En mi solitaria y no verdosa vereda
día a día
café a cigarro
llanto a risa
me desintegro y me hago polvo.
Me elevo junto al viento y
este a veces me tienta
con ir a la vereda de al frente…
Pero el conchito de mi conciencia
ese charco barroso de invierno egoísta que habita en el más
alto monte de la razón
me lo impide.
Me obliga a quedarme acá
y lo único que deja de mí es esta conocida vereda.
Me desnudo y hasta mi propia conciencia se ofende.
No soy un poeta
me repito
no hago poesía
me dicen ellos
el ego se siente flaco y
finalmente se sienta en un pica
donde el dolor es lo único que desahoga sus penas.
En mi propia vereda no tengo supremacía
no mando yo
y día a día me siento
más como un extraño
en una pieza de cemento que convencido pensaba que era mía.
Debo cruzar la calle
y cambiar de vereda
debo cambiar mis hábitos…
Sustituir esa mirada que cuando veo
me avergüenza
por algo que no lo haga.
Debo terminar con mi censura
y aunque quede como un loco
de una vez por todos hacerle saber a este mundo enfermo
que yo soy uno de los contagiados
pero que
a diferencia de muchos
ya dejé de buscar la cura
y que me dedico a disfrutar
como ningún otro mortal
mi insana locura.
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