domingo, 8 de octubre de 2017

Juan Paloma

Al comienzo estaba convencido de que el tipo ebrio de la plaza hablaba solo. Creo que incluso cometí el error de considerarlo loco un par de veces.

Pasando después, con mayor atención, pude notar que mi inferencia no solo era errónea, sino que además se alejaba totalmente de la realidad. Este sujeto, al que más tarde conocería como Juan Paloma, le hablaba justamente a estos pajaritos que abundan hoy en día en el centro de Santiago. Sus charlas suceden en un tono altamente violento. Juan Paloma habitualmente, de píe, mueve sus brazos con un ademan furioso, pidiendo explicaciones a las aves por algo que nunca pude determinar. Su barba amarilla da la sensación de estar empapada de una sustancia gaseosa que, con toda seguridad, es cerveza barata. Sus brazos se agitan y su corazón se acelera. Es como si se pusiera más furioso al ver que los sucios animales no responden frente a sus enigmáticas acusaciones.
Parece que vive dos calles más hacia el centro, en una vieja carpa ubicada a un costado de una antigua capilla de estilo gótico. Camina por la calle en completo silencio. Las moscas se posan en su pecho, pero a él parece no importarle. Sus ojos muertos miran hacia adelante, pero da la sensación de que yacen congelados, pegados a su sucia cara. Todo cambia cuando se encuentra cara a cara con las palomas. Su inquietante mirada estalla repentinamente. Una extraña furia se apodera de su cuerpo y lo hace quedarse hasta el anochecer discutiendo frente a los extraños movimientos de las colúmbidas, gritando y escupiendo palabras sin sentido.

Nunca lo he observado interactuar con otros desamparados que deambulan por el sector, siempre anda solo, y cuando no está en la plaza se le puede encontrar cerca de los locales de comida rápida, esperando que las personas satisfechas dejen alguna sobra en sus bandejas.
La primera vez que hablé con él fue de pura curiosidad; iba yo sin prisa caminando por la plaza cuando nuestras miradas se cruzaron accidentalmente por unos segundos. Seguido de eso, y como atraído por un fuerte imán, me acerqué a él con la intención de conversar.
- ¿Qué es lo que les grita a las palomas, si es que se puede saber? - pregunté, mientras me sacaba los audífonos y pausaba la música de mi celular.
Se demoró alrededor de cuatro segundos en volver a mirarme. Pareciera como si no me hubiese oído. Cuando estaba a punto de repetirle la pregunta se dio vuelta hacía mí y me respondió sin mirarme a los ojos.
- ¿Qué te importa chupapico culiao?


Puse mi cara seria y rápidamente me di la vuelta. Caminé con paso rápido hacía mi destino, mientras una perla de sudor se deslizaba tímida por mi sien. Entendí en cosa de segundos que, definitivamente, Juan Paloma estaba tramando algo con las palomas. Su oscura mirada guardaba grandes secretos.