Al comienzo estaba convencido de que el tipo
ebrio de la plaza hablaba solo. Creo que incluso cometí el error de considerarlo
loco un par de veces.
Pasando después, con mayor atención, pude notar
que mi inferencia no solo era errónea, sino que además se alejaba totalmente de
la realidad. Este sujeto, al que más tarde conocería como Juan Paloma, le
hablaba justamente a estos pajaritos que abundan hoy en día en el centro de
Santiago. Sus charlas suceden en un tono altamente violento. Juan Paloma
habitualmente, de píe, mueve sus brazos con un ademan furioso, pidiendo
explicaciones a las aves por algo que nunca pude determinar. Su barba amarilla da
la sensación de estar empapada de una sustancia gaseosa que, con toda
seguridad, es cerveza barata. Sus brazos se agitan y su corazón se acelera. Es
como si se pusiera más furioso al ver que los sucios animales no responden
frente a sus enigmáticas acusaciones.
Parece que vive dos calles más hacia el centro,
en una vieja carpa ubicada a un costado de una antigua capilla de estilo gótico.
Camina por la calle en completo silencio. Las moscas se posan en su pecho, pero
a él parece no importarle. Sus ojos muertos miran hacia adelante, pero da la
sensación de que yacen congelados, pegados a su sucia cara. Todo cambia cuando
se encuentra cara a cara con las palomas. Su inquietante mirada estalla
repentinamente. Una extraña furia se apodera de su cuerpo y lo hace quedarse
hasta el anochecer discutiendo frente a los extraños movimientos de las
colúmbidas, gritando y escupiendo palabras sin sentido.
Nunca lo he observado interactuar con otros
desamparados que deambulan por el sector, siempre anda solo, y cuando no está
en la plaza se le puede encontrar cerca de los locales de comida rápida,
esperando que las personas satisfechas dejen alguna sobra en sus bandejas.
La primera vez que hablé con él fue de pura
curiosidad; iba yo sin prisa caminando por la plaza cuando nuestras miradas se
cruzaron accidentalmente por unos segundos. Seguido de eso, y como atraído por
un fuerte imán, me acerqué a él con la intención de conversar.
- ¿Qué es lo que les grita a las palomas, si es
que se puede saber? - pregunté, mientras me sacaba los audífonos y pausaba la música
de mi celular.
Se demoró alrededor de cuatro segundos en
volver a mirarme. Pareciera como si no me hubiese oído. Cuando estaba a punto
de repetirle la pregunta se dio vuelta hacía mí y me respondió sin mirarme a
los ojos.
- ¿Qué te importa chupapico culiao?
Puse mi cara seria y rápidamente me di la
vuelta. Caminé con paso rápido hacía mi destino, mientras una perla de sudor se
deslizaba tímida por mi sien. Entendí en cosa de segundos que, definitivamente,
Juan Paloma estaba tramando algo con las palomas. Su oscura mirada guardaba
grandes secretos.